Es una verdad reconocida universalmente que a todo hombre soltero que posee una gran fortuna le hace falta una esposa.
Uno de los inicios más famosos de la historia de la literatura, y la frase que nos introduce a una novela que, pese a sus doscientos años de antigüedad, conserva su fresca e ingenio intactos.
Orgullo y Prejuicio es la tercera novela de Miss Austen que he tenido el placer de disfrutar, y es tal vez aquella que, hasta el momento, ha dejado una marca más profunda en mí. Es una historia inmensamente apreciada a través de los años, y así mismo, inmensamente incomprendida, generalmente leída sin ojo analítico ni un contexto apropiado.
Lo primero que es necesario tener en cuenta a la hora de comenzar su
lectura, es que esta novela está clasificada como una sátira, y que debe interpretarse como tal. Su principal intención
es crear un vivo retrato de la sociedad de la época y sus costumbres y
convenciones, dotado de ironía y crítica.
Su historia nos traslada a Longbourn, en el condado de Hertfordshire,
propiedad del señor Bennet y que, para desgracia de su esposa y sus cinco hijas
casaderas, se encuentra vinculada y será entregada en herencia al pariente
varón más cercano. La trama se pone en marcha con la llegada de un joven rico, el señor Bingley, a
una propiedad cercana, Netherfield Park, y la oportunidad
excepcional de que se una en matrimonio a alguna de las damas de Longbourn.
La relación de Elizabeth, segunda hija
de la familia Bennet, y el señor Darcy, amigo íntimo del señor Bingley, tiene
un mal comienzo. Las actitudes orgullosas y la altanería de él le llevan a
ganarse un mal concepto de la gente en general del condado, y de Lizzy en
particular por un desaire de su parte, al calificarla como apenas pasable. De la indiferencia a la admiración, de la aversión
a la comprensión, de la sorpresa al amor, los sentimientos que terminan
teniendo el uno por el otro están bien fundados, con bases sólidas y
razonables, en un perfecto equilibrio entre los dichos del corazón, que pueden
ser buenos y correctos, y no alejados de la prudencia, y los de la razón y el
sentido común.
Es pasable, pero no lo bastante bonita como para tentarme a mí.
Los personajes de la novela, sobre
todo Elizabeth y el señor Darcy, presentan una clara evolución a lo largo de la
historia, lo que aporta profundidad y un gran realismo. Lizzy es una mujer
inteligente, de carácter, que no se deja intimidar por nada ni nadie y con sus
ideas claras, y que no teme decir lo que piensa; sus actitudes y forma de ser,
bastante particular para la época, es fácilmente traducible a la mujer moderna,
y se ganó mi absoluta admiración como modelo femenino.
No me considere usted una dama elegante que pretende fastidiarlo, sino una criatura racional que dice la verdad de todo corazón.
La diferencia de fortuna y de clase social es un tema bastante importante,
y haciendo uso de la ironía como recurso humorístico, la autora retrata las
distintas actitudes que en un amplio rango de personas. Aunque, si he de quedarme
con alguno de los temas tratados, debo quedarme con dos: el matrimonio basado
en el afecto sincero, aunque no carente de la debida prudencia, y la
importancia del respeto mutuo en una pareja, el cual debe ser ganado y no
otorgado instantáneamente; y por otro lado, el hecho de que el afecto no es
suficiente y antes de tomar una decisión impulsiva, es necesario tomarse un
tiempo y meditar ¿qué quiero hacer con mi
vida?
Jane Austen era una gran observadora de la naturaleza humana y del mundo a su alrededor, y a través de esta novela, su querido tesoro, nos muestra no sólo la crítica, sino valiosas lecciones que tener en cuenta en nuestra vida, para todo aquel que se de el tiempo de buscarlas.